Mis vergüenzas y mis torpezas

Hace ya unos años me apunté a clases de danza oriental. Recuerdo que el primer día estaba un poco nerviosa, no quería hacer el ridículo.

Me gusta bailar, pero no se me da demasiado bien aprender coreografías. Tengo que repetir a cámara lenta decenas de veces el mismo movimiento antes de poderlo ejecutar sin parecer un mono saltarín.

Así que me daba vergüenza ser la última de la clase, la que siempre hace el movimiento a destiempo y además nunca logra la gracia que tienen los demás.

¿Qué ocurrió el primer día?
Ni te lo cuento. Con lo del mono saltarín sin gracia y a destiempo tienes suficiente material para reproducir la escena…

Y los siguientes días tampoco fueron mucho mejores: me veía rígida, torpe e incapaz de seguir el ritmo de los demás.

Recuerdo que, cuando me miraba en el espejo que había en la clase, me obligaba a ser indulgente conmigo misma: ¡aunque parezcas un mono sin gracia, te lo estás pasando genial! (Y así era, como he dicho, me gustaba demasiado bailar para renunciar a ello).

¿Y qué sucedió?
Pues que ese pequeño mono saltarín sin gracia se relajó y, sin darse cuenta, fue aprendiendo los movimientos. Casi podría decirse que incluso algunos los podía ejecutar con cierta elegancia.

Estoy segura de que, si hubiera continuado, ahora, después de varios años, mis movimientos no tendrían nada que ver con el monito saltarín del primer día.

Y esto pasa con todo.
Cuando queremos aprender algo, una de las primeras barreras a superar es el miedo a enfrentarnos a nosotros mismo haciéndolo regular tirando a mal.

Creo que muchas veces nos detenemos ahí: queremos hacer algo, pero, al no saber cómo hacer o al no vernos demasiado hábiles, lo dejamos para más adelante.
Y caemos en la trampa.
En la continua trampa de no empezar nunca.

Aquí las emociones juegan un papel muy decisivo. Si el miedo o la inseguridad supera nuestras ganas, perdemos la partida. Por eso es muy fundamental escuchar nuestras emociones y tratar de entenderlas. Si conocemos nuestros miedos, esos que surgen de nuestras películas mentales, nos puede ser mucho más fácil sortearlos.

Que tengas un día bonito,

Sandra